
Durante años, la IA fue vista como un lujo de las tecnológicas. Hoy ya está cruzando el umbral de las industrias más tradicionales: metalúrgicas, alimenticias, textiles. Pero la adopción real no ocurre en el laboratorio, sino cuando la IA llega a la mesa directiva.
En la fábrica, la IA predice fallas, ajusta procesos, optimiza consumos. En la sala de directorio, traduce esos datos en decisiones estratégicas: invertir, expandir, repensar. Si se queda atrapada en el área técnica, la IA se convierte en un “gadget de eficiencia”. Cuando escala a nivel de dirección, se transforma en motor de cambio de negocio.
La paradoja es que muchas juntas esperan “casos de éxito” antes de invertir, sin darse cuenta de que el verdadero caso de éxito comienza cuando dejan de mirar la IA como experimento y la empiezan a mirar como estrategia.